Vivimos en una era de consumo. Todos los años salen al mercado productos nuevos, desde computadoras hasta automóviles y colecciones de ropa, que hacen sentir nuestras posesiones como viejas y feas y obsoletas.
Tenemos que tener lo último de lo último! Y así, sin querer, vamos acumulando cosas. Y cuando nos damos cuenta, nuestro hogar se encuentra atestado de objetos.
Ciertamente los objetos tienen un valor monetario, por el cual pagamos en efectivo o a crédito. O con nuestra “vida futura”, como ahora lo veo.
Pero hoy quiero hablar no del valor monetario de las cosas, sino del valor en tiempo que éstas nos demandan.
Me refiero a que todas nuestras posesiones requieren mantenimiento, tiempo y energía, e incluso nos roban tranquilidad y bienestar.
Y cuando de verdad nos hacemos conscientes del tiempo y la energía que nos quitan las cosas, es cuando les podemos dar su valor real, y nos preguntamos: “valdrá la pena?”
Es entonces cuando el viejo juego de comedor de mimbre que mamá nos va a regalar ya no nos parece tan útil.
O la enciclopedia de 50 volúmenes que heredamos de la tía ya no es tan interesante.
O la colección de adornos de la abuelita no se ve tan bien, luego de que nos damos cuenta de que tenemos que limpiar minuciosamente cada adornito todas las semanas, y que hacerlo nos toma 2 horas de nuestro muy apreciado fin de semana.
Algunas personas tienden a ser depositarias de todas las cosas que desechan sus familiares y amigos bien intencionados. Reciben electrodomésticos en mal estado, con la esperanza de arreglarlos y usarlos “en algún momento”, pero ese momento nunca llega. O reciben ropa usada, aún sin necesitarla, y el clóset se les explota con ropa que no usan, pero que por estar en buen estado les da lástima eliminar. O le hacen lugar en su hogar a muebles para los que no tienen ni espacio, y que para ser francos hasta hacen ver fea la casa porque ninguna pieza concuerda con las otras.
Hay quienes no pueden evitar entrar a tiendas de descuento, donde pueden comprar montones de cosas de mala calidad pero baratísimas. Y entonces, su bajo precio justifica el hecho de llenar la casa de artículos de mal gusto y peor calidad, y pronto ya no hay dónde poner más cuadros y adornos y floreros y cajitas decorativas y velas y almohadones y piedritas de colores. Nada luce bonito entre aquella ensalada de cosas, y todo ese gran número de objetos hace que en lugar de tardar 2 minutos limpiando las mesitas, tardemos 1 hora.
Hay también quienes, en un afán por reciclar y reutilizar, guardan botellas de vidrio, recipientes plásticos, periódicos, cajas, rollos de papel higiénico y otros materiales, porque con ellos piensan ponerse creativos al mejor estilo de Pinterest y sus ideales de inventiva y manualidades perfectas. Y por meses y hasta años, estas personas ocupan espacio valiosísimo en su hogar, acumulando estas cosas que nunca llegan a ser los hermosos objetos para los cuales se les está destinando a permanecer ahí.
Quiere decir esto que nuestra casa sólo es digna de obras de arte, jarrones finos y esculturas de artistas famosos?
No. Lo que quiero decir es que debemos ser intencionales con las cosas que “invitamos” a vivir en nuestro hogar con nosotros.
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Antes de comprar alguna cosa nueva, o recibirla de algún familiar, debemos hacernos 5 preguntas:
- Lo necesito?
- Tengo el espacio para esto?
- Estoy dispuesta a darle el mantenimiento que requiere?
- De verdad me gusta este objeto?
- Puede reemplazarse por algo que ya tengo, o puedo pedirlo prestado o alquilarlo, en caso de necesitarlo en un futuro?
Talvez esta forma de verlo te ayude a pensarlo dos veces antes de comprar algo que no necesites, y así evitar llenar tu casa y tu vida con objetos innecesarios que sólo te hacen gastar tiempo, dinero y energía. Y que dentro, muy dentro, ni te gustan, ni quieres tener.
No malgastes tus recursos, sé intencional!